Wednesday, January 11, 2012

Stream of consciousness

Me levanto hoy sin necesidad del despertador. Son las 6:30am. Quedé de hablar con mi amiga Isa a las 7. Nada ha cambiado entre los dos, cómo me alegra el corazón. Nos despedimos y empieza mi día. Tengo $7.000 pesos en la billetera y nada en la cuenta, no sé cómo voy a hacer para vivir. Menos mal no estoy fumando. Entro a la cocina, no hay nada para comer y en la radio la misma discusión de la prohibición de porte de armas en Bogotá. ¿Cuál es el lío? ¿Necesitan pistolas como Black Berries? Por puro fetiche y vicio.

Llego a la oficina, llamo a cobrar por un trabajo que he estado realizando. Sí, me van dar un adelanto. Mi jefe me pone una tarea, pero voy de salida y estoy emocionado porque podré almorzar. Salgo a la calle y pienso cómo usar el dinero. Mientras pienso, suena en mi cabeza Por qué los ricos, de Los Prisioneros. Necesito un cigarrillo. Sí, son tan imbéciles y más que los pobres. Hay una fiesta hoy en Quiebra Canto pero no puedo gastar en eso. ¡Quisiera!

Con dinero en el bolsillo almuerzo pizza que viene en combo. Me parece barato, pero hubiera podido ser más austero. Yo no sé ahorrar. Con la panza llena camino hacia la oficina, pienso en lo que tengo que hacer, pienso en lo que quisiera hacer. Estar de nuevo en Londres con Isa o en cualquier parte de Europa. Otra vez Los Prisioneros, Por qué no se van. En mi escritorio oigo la canción, es demasiado divertida. Sí, es un reflejo caricaturesco de nosotros “Si eres artista y los indios no te entienden… si tu vanguardia aquí no vende… si quieres ser occidental de segunda mano… si tu talento aquí no da fama”. ¿Cuál talento? No sé hacer nada.

Me pongo a trabajar. Tengo que buscar la relación entre los grupos económicos del país y los medios. ¡Cuánto dinero, cuánto poder! ¿Para qué querrán más? Mi jefe me anuncia que mi nuevo contrato no estará listo hasta febrero. Hago cuentas. No tengo dinero para vivir tanto. Si al menos me hablara con mis papás. Ya dos semanas y ni el año nuevo. Le digo a mi jefe que me quiero ir a estudiar lejos, él dice que lo haga, que me apoya en todo lo que pueda. Como agradezco su fe en mí.

Salgo a la calle, voy a ver una habitación que arriendan. La Macarena, qué bohemio, qué bonito. Busco cómo subir desde la Séptima. Todas las calles me parecen tenebrosas, así que doy la vuelta más larga de mi vida. Claro, no tengo revólver legal ni ilegal. Cuando llego, ni la casa ni la habitación justifican el miedo de la trepada hasta allá. Vuelvo a dar la vuelta tonta y entro a un súper mercado.

Cerca de donde vivo sólo hay un Carulla. Siempre que compro ahí hago la relación entre la cantidad de bienes y lo que pago. Sí, es costoso. Entro al Éxito a pesar de lo detestable que me resulta, por amarillo, por paisa (ya sé que no es paisa). Debo pensar estratégicamente, comprar cosas de primera necesidad. Necesito crema dental y un cepillo de dientes. Crema Kolinos, tan barata, pero la odio. Té Hindú, qué asco. Pasta la Muñeca, ni loco. Aceite de oliva, sí, el barato está bien.

Me monto al bus para mi casa. Hay un borracho en la parte de atrás gritando. Se sube una mujer con un bebé envuelto en cobijas. Pide dinero para comer, porque ella quiere ser honesta y no quitarle nada a nadie. Esa leve amenaza convence, pero yo empiezo a sentirme pobre. El borracho empieza a gritar que el Bienestar Familiar es una mafia de trata de niños. Hasta razón tendrá. Vuelvo a lo mío, debo hablar con mis abuelos, decirles que necesito quedarme más tiempo.

Se sube otra mujer. Saluda con un “Hola muñecos, hola muñecas”. Risas. Saca unos dulces del bolsillo y los reparte repitiendo “¿Muñeco?, gracias bebé ¿Muñeca? gracias, bebé”. Dice estar contagiada del “virus” (¿VIH?), necesita pagar una habitación de $7.000 por noche. Calculo. $49.000 a la semana, digamos $200.000 al mes. Por un poco más podría quedarse en un un hostal, pero sólo aceptan extranjeros y gente de bien. El borracho canta que le gusta el merecumbe. Esta mujer me conmueve. No, no le puedo dar mi dinero, no tengo trabajo por un mes y acabo de comprar Earl Grey.

El borracho tiene un pito. Pita mientras pasan dos carros de bomberos. Quisiera ver el incendio. Se sube otra persona a pedir dinero. Éste posa con una falsa dignidad, nos reprocha nuestra falta de cultura, educación y “todo eso”. Pide por su hija, que está en un hospital con no sé qué. Estoy distraído mirando por la ventana, tantos carros, tan pocos andenes. Vuelvo a mirar dentro del bus. Sí, soy una mala persona. Pero ¿es posible escuchar y compartir toda la mierda de los demás y llegar a la casa a dormir tranquilo? No, necesito ser indiferente. Mis problemas, mi situación y la ciudad me agobian suficiente.

La Calle 100, tan amplia y tan lenta. Ese nuevo puente vehicular me parece lobísimo, además nadie lo usa. El bus ya está lleno. Yo sigo mirando por la ventana. Pienso en lo que podría cocinar con lo que compré. Me acuerdo de mi amigo Juan Manuel que siempre tenía dinero para invitarme a beber y compraba comida basura. Nunca escuchó mis consejos de cocina y ahora que vive en Francia sí le dio por aprender a cocinar. Ya casi me bajo, mejor me paro ya para poder atravesar la masa humana.

Llego a mi casa. Me siento mal por ser tan indiferente, por sentirme desgraciado, pero necesito salir de acá. Necesito un lugar donde pueda vivir con poco y ser feliz, donde haya parques para almorzar, trasporte para atravesar la ciudad, espacios abiertos y seguros para compartir, lugares que me estimulen. Esta soledad dentro de la multitud me consume. Considero irme a vivir a la finca por una temporada, pero debo pensarlo mejor. Recuerdo como nos despedimos con Isa esta mañana: “Definitivamente nacimos para quejarnos”.

Entro al apartamento. Organizo el mini mercado. ¡Qué imbécil! Tengo una caja de Earl Grey sin abrir que Robert me regaló. Bueno, eso no se pierde.

A mi amiga L.

Tuesday, October 04, 2011

El que se viste con lo ajeno...

Cuando tengo que pernoctar fuera de casa, evito llevar cosas mías. Aparte de la comodidad de no tener que cargar nada, está la sensación de vivir la experiencia de los demás, de usar cosas que yo no tengo ni conozco.

Mi lugar favorito son los baños. Cada vez que tomo una ducha en casa ajena pruebo el champú y el jabón de mi anfitrión. Me pregunto cómo llegaron a usar cierto producto, ese aroma o textura.También pido ropa prestada, me mido cosas que no me quedan, acepto prendas extravagantes o de tallas diferentes.

Siempre me ha gustado vestirme con ropa prestada. Encuentro en ello una especie de escudo de mi ser y un pretexto para ser. No es una negación de la identidad, ni mucho menos una extrapolación de otras identidades, simplemente es un fetiche que me genera seguridad, como fumar en la calle o cargar un paraguas.

Algunos objetos me gusta conservarlos, especialmente cuando pierden el carácter ajeno y se convierten míos: como mi bufanda roja o mi correa café. Pero lo que más me gusta de ellos es el sentido que tienen para mí: la experiencia de otros exhibida antes que la mía, la fluidez de una identidad indescifrable y cuestionable, pero que no es la mía, me la puedo quitar y poner. Si es cuestionada, culpo al dueño de los objetos, si es elogiada, callo y poso como alguien con buen gusto.

Mi mamá se vuelve loca cuando me ve con cosas que no son mías. Detesta lo viejo y lo prestado. Por el contrario, yo no puedo evitar heredar cosas. Antes de que fuera considerado vintage, usaba ropa de mi abuelo: sacos viejos y pasados de moda. Aunque el anacronismo era evidente, había una fuerza superior al buen vestir y las tendencias, que me decía que si un hombre tan admirable como mi abuelo lo había usado, que importaba como me viera.

Por otro lado hay otro tipo de juegos de los que me gusta participar y fomentar. Me gustaba cuando mi amiga Isa me vestía, me sugería accesorios, a veces un tanto extravagantes. Había una complicidad creadora y de sumisión secreta, que se transformaba en poder y seguridad en la calle.

Hace poco usé una camisa de mujer, la escondí bajo un saco gris, pero implícitamente entre mi anfitriona y yo, había una burla a la sexualidad y el buen gusto, una extravagancia que retaba o sugería. Pero otra vez, no era yo.

Por último, he recibido una bolsa llena de ropa vieja. Una semana después de doblada y organizada, me animé a usar algunas cosas. Acá el juego se pone algo confuso. La ropa me gusta, la usaría y podría ser mía. Sin embargo nada es de mi talla y algunas veces pienso en la posibilidad de estar plagiando a una persona. Pero ahora el fetiche es diferente. No se trata de disfrazarme, sino de conservar recuerdos de un ser querido que ya no está. Hoy me miro al espejo y me reconozco en lo que visto, pero me da miedo imaginar que tengo una enfermedad mental al estilo de Cerezos en flor, o peor aún, estar viviendo en un estado obsesivo.

A veces me siento patético y pienso en botarla o regalarla, pero me da pereza pensar tanto en eso y prefiero estirar la camisa para que parezca que sí es mía.

Wednesday, November 24, 2010

Plan para vacaciones

Por azar llegué a La Insurrección que viene; libro incendiario, con frases agresivas y sentenciosas, motiva la lectura y enardece el espíritu. Acusado de manual terrorista, por su constante amenaza y motivación de sabotaje al sistema, es un manifiesto de inconformismo y crítica a la sociedad francesa, que fácilmente (a excepción del fenómeno de inmigración) puede ser legible en códigos universales.

El libro, escrito por un “Comité invisible”, toca varios aspectos de las sociedades modernas que ha provocado miedo en algunos estados, hasta procesar personas supuestamente involucradas en su escritura con leyes anti-terroristas. Su escritura trasciende la conminación verbal, pero no para llegar a la acción (organizada y revolucionaria) sino para llegar a la pregunta de la existencia, según mi lectura. Sus temas no son nuevos, pero sí su tratamiento, en especial el tema del trabajo.

La problemática por el trabajo se ha venido tratando de manera crítica, dándole relevancia a las relaciones, para darle un carácter humanizador. Sin embargo, el abordaje crítico que le da La insurrección que viene, cuestiona dos dimensiones: explotación y participación. El primero se da por tema superado y guardado, el segundo resulta un paradigma aceptado y fomentado que esconde y niega el primero.

Los escritores del libro se rebelan frente a esa construcción social del trabajo, se niegan a participar de sus lógicas y por lo tanto afirman: “No somos cínicos, somos sólo reticentes a dejar que abusen de nosotros. Los discursos sobre la motivación, la calidad, la inversión personal nos resbalan para mayor angustia de los gestores de recursos humanos.” Sentencia que más de un comunicador organizacional, con pretensiones de mejorar la vida de las personas dentro de las empresas “comunicando”, recibiría como una bofetada; no sólo si se tomara el tiempo de leer el libro, sino de expandir sus horizontes para comprender la multiplicidad de subjetividades en juego y sobre todo, preocuparse por la construcción de la suya. Así habría participación.

No obstante es injusto juzgar a mis colegas por su labor, puesto que es lo que nos enseñan a hacer y creer. Finalmente es un oficio más dentro del engranaje del sistema. Sin importar lo que digan las teorías modernas de administración, dicho oficio está a la cabeza de otros, permitiendo y gestionando la explotación: “en las empresas, el trabajo se divide siempre de la manera más visible en empleos altamente cualificados, concepto, control, coordinación, comunicación, unidos para la realización de todos los saberes necesarios del nuevo proceso de producción cibernética, y en empleos descualificados de subsistencia y mantenimiento del proceso.”

De La insurrección que viene concluyo que la revolución debe ser mental. Si no es posible la transformación social, al menos tomar conciencia de nuestro rol y nuestra construcción como sujetos, nos lleve a un cambio de nuestra realidad. Respecto al trabajo, bueno, como diría Cortázar, de algo hay que morir.


La insurrección que viene: http://deugarte.com/gomi/documentos/la-insurreccion-que-llega.pdf

Wednesday, October 13, 2010

Las...

Tengo una fascinación por los antihéroes, sus perfiles borrosos entre contestatarios, genuinos y provocadores. Es una tendencia a la marginalidad. En nuestra sociedad siempre conviene empezar las palabras de apoyo a estos seres con una frase que amortigüe las ideas, como si uno no las creyera. No obstánte, los personajes contemporáneos exigen esta clausula, porque sí hay dudas de la legitimidad de sus actos, y sobre todo, para escapar a la lógica de argumentos apasionados, que son los mismos usados en su contra.

A María Antonieta un pueblo enardecido la odió hasta humillarla y cortarle la cabeza. Ni las causas que motivaron su rechazo, ni las estrategias de desprestigio fueron únicas de su época. La ex reina de Francia fue juzgada por ser extranjera, encontrarse en una corte que no le pertenecía y despreciaba por ser despreciada, por la mala administración de su esposo, por rumores sin confirmar, por fraudes e intrigas en contra de ella. La famosa frase hoy parece improbable que la misma María Antonieta la haya proferido. Su sentido ha sido tergiversado hasta la misma procedencia. “Que coman pasteles” en su francés original resulta “que coman brioche”, otra clase de pan.

En Anna Karenina me resulta interesante que el nombre del libro se le atribuya a una de muchos personajes. Claro, Anna Karenina fue la mujer sin moral en una sociedad machista. Se atrevió a abandonar a su esposo por amar a otro hombre, renunció a su posición social y se sometió a ésta para quedarse con el título de “querida”. Algo que nunca sucedió con los hombres infieles y de sociedad de Moscú y Petersburgo. Aun así, la novela sirve de pretexto para indagar en los sentimientos y pensamientos de una mujer que actuó diferente acorde a sus pasiones.

La mujer ha sido objeto de desprestigio. Se le imponen patrones de conducta y moral que no provienen de la misma autocreación del género sino de la regulación machista; convirtiéndola en el chivo expiatorio de las culpas y pecados de una sociedad hipócrita. Ya no hablo del siglo XVIII y XIX, ni de personajes europeos.

No es justo juzgar a los que tenemos un pene entre las piernas de esta conducta; es una tradición ignorada que las mismas mujeres adoptan. Me impresionó estar en un grupo, en su mayoría mujeres, que hablaban acaloradamente de dos personajes controversiales de la actualidad colombiana. Permítanme hace uso de mi clausula de retroactividad diciendo: no soy seguidor de Ingrid Betancourt y los actos de Piedad Córdoba tienden a ser dudosos, pero….

¿Es justo atacar a una mujer de mantener su integridad en cautiverio? Ingrid Betancourt sólo defendió ideales absurdos, pero finalmente, ideales y los de ella. Además, apelar a la intimidad de una mujer y su vulnerabilidad en situaciones desconocidas para la mayoría, me parece más ruin que la conducta de la misma Ingrid con sus compañeros. La marginalidad que este personaje despertó es la firme intención de ser diferente. Tal vez se le olvidó que fuera de la selva, como en los reallities, sería juzgada: no por méritos, sino por convenciones.

En cuanto a Piedad Córdoba los señalamientos me parecen más mezquinos e hipócritas. Su rechazo es producto de un sistema político hambriento de atención y poder en el cual ella resulta una piedra en el zapato. Su desprestigio basado en la tergiversación de hechos y conducta no ha dejado lugar a dudas. Los mismos que aplaudieron sus acciones humanitarias hoy las juzgan por antipatriota.

Nuestro pensamiento occidental nos obliga a entender la realidad de manera dual y antagónica. Sin malos no hay buenos. ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? Las mujeres, en sus categorías más elevadas como madres también encarnan seres despreciables y malignos, producción del hombre y reproducción de las mujeres. No reclamo a una fraternidad de género, sólo un análisis más crítico y menos pasional.

Si los iguales no somos capaces de reconocernos y autocrearnos, dependiendo de definiciones externas, esperemos siempre estar en la categoría de la mayoría y de los buenos, por más que nos duelan los malos.

Wednesday, September 08, 2010

Yo y mis elucubraciones

Fui por recomendación de mi médico general, pero no tenía claro porque estaba ahí. Una de las primeras preguntas que hizo mi sicóloga fue ¿Por qué había venido? Le contesté que no sabía, que a lo mejor no tenía porque verla. Ella me contestó que el hecho de que estuviera ahí decía que había algo que me inquietaba, y en efecto, después de algunas sesiones pude ver que había un nudo de incertidumbre y dudas que me afectaban, difíciles de identificar y desenmarañar.

Mi terapia (o como se le llame sicológicamente) consistía en que yo me sentaba en el diván (no acostado) y frente a ella empezaba a narrar acontecimientos de mi vida, describir mis relaciones, expresar reflexiones o responder preguntas puntuales que ella hacía, y sin darme cuenta, todo esto adquiría un tono de confesión. Al principio fue fácil, ella dejó claro que era una sicóloga y nuestra relación estaba mediada por un pacto profesional que garantizaba libertad y privacidad.

En el consultorio las palabras fluían como quien le cuenta una historia a un amigo, libremente sin consideraciones a la gramática o la sintaxis. La confesión liberaba, había un sentimiento de complicidad y comprensión por parte de ella que era inevitable no contar cuanto había en mí. Sin embargo, y después lo comprendí, yo no le contaba mi vida a ella, me la contaba a mí mismo en voz alta.

De estos encuentros empezó a evidenciarse un tercero, era otro yo representado por mis palabras. Desnudo y transparente, carente de cualquier máscara o postura social. A pesar de la advertencia sobre la posición neutral que mi sicóloga tendría, este yo verídico y abstracto se presentaba para mi propio juzgamiento.

Identificar el malestar no lo elimina. Conocerse uno mismo no conlleva a la liberación per se, sino que lo arrincona en una serie de pensamientos que deben transformase en acción, toma de decisiones, nuevas posturas ante la vida. A pesar de la posibilidad de organizar las ideas para desmenuzar con conciencia ese mundo emocional que se escapa a la razón, no está excento de vergüenza y desazón.

Comparto una experiencia personal que tal vez no sea de mucha relevancia para mis lectores. Mientras escribía me daba cuenta que ya no tenía nada que ver con la idea original (la conflictiva relación de un lector con el libro ¿o del escritor? ya no recuerdo). Sin embargo he decidido continuar porque reconocer mi estado de aletargamiento me ha hecho sentir culpable.

Actuar en contra de mis propios juicios me parece un acto de violencia, pero ¿No vivimos en una sociedad histérica que se desconoce así misma, en la cual los sujetos se desconocen entre ellos, llenos de comportamientos erráticos y violentos? Juzgar a los demás es fácil, pero transformarse uno mismo es un reto. No obstante, después de haber caído en la trampa existencialista y peligrosa, cuando nos herimos con conciencia, siempre está la vía de la confesión. Tal vez sí expíe culpas.

Tuesday, August 17, 2010

Uno más


Mi papá dice que si no empiezo a ver el lado positivo de las cosas voy a terminar amargado. Como yo siempre lo contradigo debo decirle: usted confunde ser positivo con pasivo, y ya estoy amargado, de todas maneras.

Rechacé una invitación virtual a hacer parte de un Flashmob. La invitación, según los ambiciosos artistas, busca reunir a más de mil personas en un lugar donde difícilmente caben 100. Además consiste en tirarse al suelo y hacerse el muerto por un minuto simulando la explosión de un teléfono. Lograr lo que un carro no hizo.

El Flashmob me parecía interesante: la producción de vínculos temporales para intervenir de manera espontánea el espacio público, el sinsentido de una acción con un componente político que reclama voz y presencia.

Lo que ahora me inquieta de este acto performativo es la dualidad entre sujeto y masa. La gente encuentra en el manejo sincronizado de una multitud un modo de expresión, que a mi modo negativo de ver las cosas raya con lo alienante y homogenizador.

En todo caso ya quiero ver el video en Youtube.

Por cierto, no todo me parece malo en esta vida. A la muestra, un boicot: http://www.youtube.com/watch?v=-79pX1IOqPU

Friday, March 26, 2010

¿ ..... ?


Motivado por la falta de motivación que me ha invadido por completo en el 2010, considero necesario hacer algo que tenga visibilidad en mi vida. He decidido renovar las Inquietudes Metafísicas, el blog que en su momento sirvió de plataforma para mostrar una serie de escritos mediocres y otro tanto de comentarios rabones.

No podría realizar esta ardua labor sin hacer uso de mis conocimientos prácticos de comunicador organizacional. Por eso, como primera medida, optaré por una campaña de expectativa que moverá a todos mis lectores a esperar la próxima inquietud.

¿Están expectados?

Listo, yo me expecté sobre manera esperando mi próxima inquietud. Mi expectativa se está viniendo abajo al darme cuenta que no tengo ninguna. Haré un sondeo para ver qué me podría preguntar que cause impacto en mi blogueaudiencia.

“Tomémonos un té y un descanso de un año para ver si se nos ocurre una nueva entrada…” La voz de mi interior.