Tengo una fascinación por los antihéroes, sus perfiles borrosos entre contestatarios, genuinos y provocadores. Es una tendencia a la marginalidad. En nuestra sociedad siempre conviene empezar las palabras de apoyo a estos seres con una frase que amortigüe las ideas, como si uno no las creyera. No obstánte, los personajes contemporáneos exigen esta clausula, porque sí hay dudas de la legitimidad de sus actos, y sobre todo, para escapar a la lógica de argumentos apasionados, que son los mismos usados en su contra.
A María Antonieta un pueblo enardecido la odió hasta humillarla y cortarle la cabeza. Ni las causas que motivaron su rechazo, ni las estrategias de desprestigio fueron únicas de su época. La ex reina de Francia fue juzgada por ser extranjera, encontrarse en una corte que no le pertenecía y despreciaba por ser despreciada, por la mala administración de su esposo, por rumores sin confirmar, por fraudes e intrigas en contra de ella. La famosa frase hoy parece improbable que la misma María Antonieta la haya proferido. Su sentido ha sido tergiversado hasta la misma procedencia. “Que coman pasteles” en su francés original resulta “que coman brioche”, otra clase de pan.
En Anna Karenina me resulta interesante que el nombre del libro se le atribuya a una de muchos personajes. Claro, Anna Karenina fue la mujer sin moral en una sociedad machista. Se atrevió a abandonar a su esposo por amar a otro hombre, renunció a su posición social y se sometió a ésta para quedarse con el título de “querida”. Algo que nunca sucedió con los hombres infieles y de sociedad de Moscú y Petersburgo. Aun así, la novela sirve de pretexto para indagar en los sentimientos y pensamientos de una mujer que actuó diferente acorde a sus pasiones.
La mujer ha sido objeto de desprestigio. Se le imponen patrones de conducta y moral que no provienen de la misma autocreación del género sino de la regulación machista; convirtiéndola en el chivo expiatorio de las culpas y pecados de una sociedad hipócrita. Ya no hablo del siglo XVIII y XIX, ni de personajes europeos.
No es justo juzgar a los que tenemos un pene entre las piernas de esta conducta; es una tradición ignorada que las mismas mujeres adoptan. Me impresionó estar en un grupo, en su mayoría mujeres, que hablaban acaloradamente de dos personajes controversiales de la actualidad colombiana. Permítanme hace uso de mi clausula de retroactividad diciendo: no soy seguidor de Ingrid Betancourt y los actos de Piedad Córdoba tienden a ser dudosos, pero….
¿Es justo atacar a una mujer de mantener su integridad en cautiverio? Ingrid Betancourt sólo defendió ideales absurdos, pero finalmente, ideales y los de ella. Además, apelar a la intimidad de una mujer y su vulnerabilidad en situaciones desconocidas para la mayoría, me parece más ruin que la conducta de la misma Ingrid con sus compañeros. La marginalidad que este personaje despertó es la firme intención de ser diferente. Tal vez se le olvidó que fuera de la selva, como en los reallities, sería juzgada: no por méritos, sino por convenciones.
En cuanto a Piedad Córdoba los señalamientos me parecen más mezquinos e hipócritas. Su rechazo es producto de un sistema político hambriento de atención y poder en el cual ella resulta una piedra en el zapato. Su desprestigio basado en la tergiversación de hechos y conducta no ha dejado lugar a dudas. Los mismos que aplaudieron sus acciones humanitarias hoy las juzgan por antipatriota.
Nuestro pensamiento occidental nos obliga a entender la realidad de manera dual y antagónica. Sin malos no hay buenos. ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? Las mujeres, en sus categorías más elevadas como madres también encarnan seres despreciables y malignos, producción del hombre y reproducción de las mujeres. No reclamo a una fraternidad de género, sólo un análisis más crítico y menos pasional.
Si los iguales no somos capaces de reconocernos y autocrearnos, dependiendo de definiciones externas, esperemos siempre estar en la categoría de la mayoría y de los buenos, por más que nos duelan los malos.
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